-Es que a mí me gustan los inconvenientes.
-A nosotros no -dijo el interventor-. Preferimos hacer las cosas con comodidad.
-Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, peligro real, libertad bondad, pecado.
-En suma -dijo Mustafá Mondo-, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
-Muy bien, de acuerdo -dijo el salvaje, en tono de reto-. Reclamo mi derecho a ser desgraciado.
-Sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, a tener sífilis y cancer, a pasar hambre, a ser piojoso, a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; el derecho, en fin, a ser un hombre atormentado.
Siguió un largo silencio.
-Reclamo todos estos derechos -concluyó el salvaje.
Mustafá Mond se encogió de hombros.
-Están a su disposición.